Sean bienvenidos al lado oscuro del FBO.
Disfruten de este viaje por las profundidades de la parte más oculta de la mente humana.
Pasen, pasen.
No teman.
No hay nada aquí que no haya pasado alguna vez dentro suyo. No hay nada desconocido, no hay novedad.
Los engranajes del FBO se detuvieron por un momento. Todo permaneció quieto y en silencio durante unos instantes y las arañas aprovecharon para tejer sus telas y capturar moscas y hermosos bichitos de luz. Yo estaba ahí, estaba observándolo todo desde mi visor gran angular, y vi cuando alguien saboteó este mecanismo perfecto, estas rueditas de reloj, transformándolo todo en una gran trituradora.
Yo estaba ahí, yo vi cuando le tiraron pedazos de carne cruda a los engranajes, yo vi teñirse todo de rojo, yo vi morir a las arañas y a las moscas, yo vi engrasarse todas las rueditas, todas las cadenas, todo el sistema.
Yo lo vi.
Pensé que ya nunca más iba a funcionar, cómo podría funcionar un sistema que antes era ideal, era limpio y nuevo, estaba mantenido, cuidado y protegido? Cómo podría funcionar estando todo podrido, rodeado de carne muerta, de pedazos destruidos, de derrumbe, ruidos, suciedad?
Pero el avión despegó.
Nos hemos adaptado.
Hemos sabido aprender a caminar entre ciénagas y arenas movedizas, ya no esquivamos el barro, ya no nos protegemos de las lluvias, ya no nos detenemos a comer. Ya no dormimos. Nuestros engranajes están rodeados de muerte y final. Somos los hijos de la destrucción. Somos el legado que dejó la posguerra de esta enfermedad.
Tanto luchamos, tanto aguantamos… Y hoy… Tan solo seguimos adelante, sin pensar, sin proyectar ni soñar.
Me desperté esta mañana en Mendoza.
Debería haber estado en mi casa, pero no estoy.
Debería tener magia en mis dedos, debería tener sabiduría en mi mente, debería ser poderosa, invencible, debería saber curar.
No sé nada, no soy nada, ni siquiera puedo volar. No tengo alas, no tengo plumas, no tengo libertad.
Me tomo un té con leche entre cuatro paredes que son prisión.
No me hablen de bodegas, no me hablen de plazas ni de ninguna excursión.
No reconozco este techo. No pertenezco a este lugar. No quiero estar acá.
Me acerco lentamente a la máquina con los ojos cerrados.
Corta mis brazos, mis piernas, no siento mis pies. Los engranajes trituran mis tatuajes, ya no habrá justicia, ya no habrán estrellas, ya no habrá ningún avión. Mi carne es rodeada de arañas que me tejen sweaters de media estación, seré el alimento de la próxima generación.
En la oscuridad de la noche, me poso sobre lo alto de una terraza. Miro desde arriba la vida de los que van y vienen por las calles, sus autos, sus panaderías cerradas, sus tachos de basura llenos, sus gatos comiendo por ahí. Tengo recuerdos de alguna vida lejana y algo me hace ronronear, no sé quién soy, no sé quién fui, no sé qué hago aquí y no me importa.
Parece ser que puedo volar.
Me acomodo y pliego mis alas, Flaps cero para mí.
Parece que todo ha terminado.
O ha vuelto a comenzar.
No lo entiendo, no lo sé, no me importa.
Una luz atraviesa el cielo de una punta a la otra en la ciudad.
Se mueve tan rápido como sólo sabe moverse la luz.
Se desplaza dos tres veces de un lado a otro, y mis alas se despliegan sin que me de cuenta. Paro mis orejas, sin querer.Respiro jadeando y se marcan mis costillas
La luz empieza a moverse un poco más lento y parece dejar ver un mensaje al final
Intento seguirla con la mirada, pero no puedo leer.
Finalmente, la luz se queda quieta.
Puedo leer las letras al final de su trayecto.
F
B
O
Flaps 5 para mí.