Había llovido toda la tarde y Ade y Vento estaban aburridos de que no les diera bola.
A las 10 de la noche, con la calle todavía mojada pero el cielo seco, agarré la bici y pronuncié el tan ansiado “Vamo a pasiá?” Saltaron los dos del sillón y salimos, como los niños de Stranger Things, a patrullar la noche de un barrio cheto en apariencia, pero oscuro y con secretos ocultos detrás de cada pared, de cada reja, de cada patio con el pasto recién cortado.
“No me van a robar, hoy va a ser una gran noche” pensé como la estúpida que soy. Puse el teléfono en el canastito de la bici y encendí las dos luces titilantes, para que los autos vean que soy un ser en movimiento. Con el pokemon en la canasta con el volumen alto, cruzamos las calles a velocidad de galgo; cero autos, cero personas, desierto total. Agarré dos Pidgey, un Rattata y otro Weedle más. Di vuelta a una universidad porque vi que había dos pokeparadas y me venían bien unas bolas, me estaban quedando sin de tanto luchar con un Lickitung en aeroparque. En eso, pasadas las 22 horas, se escucha el alerta otra vez: Eevee. Una de mis preferidas. La preciosa zorrita fenec, flotaba encima del canasto de la bici, me tomé un segundo para sacarle una foto y le dije “Hola Eevee”, porque jugar Pokemon no es nada más que tirar pokebolas y cruzar la calle sin mirar, no es solamente quedar como un pelotudo y que no te importe, no es defender lo indefendible… jugar Pokemon es alegrarte cuando se te aperecen estas criaturas mágicas, que parecen convivir con nosotros y entre nosotros desde siempre, pero que solo ahora, con este lente mágico, somos capaces de ver. Eevee no se resistió mucho, y con un PC de 137, se vino conmigo. Subí a la bici como si “Eleven” viniera en los pedalines de atrás y decidí volver a casa, tranquila, hecha.
Ade y Vento enfilaron los dos para el mismo lado y se quedaron quietos alrededor de algo. Pedaleé fuerte y cuando llegué, en el pasto, hecha un bollito, con el pelo empapado y cara de tristeza, una perrita chiquita, negra, con cara de zorrito abandonado, me miraba fijo.
Me bajé de la bici porque casi me caigo del cagazo. Le puse la pata y me acerqué a la pequeña zorrita y me lamió las manos. Levantó la pata dejando ver varios chicles pegados en los pelos de su panza. Vento y Ade la apuraban con las narices, los saqué cagando y me fijé si se paraba, pero no hacía más que abrir la pata y mostrarme la panza.
Ahí nos quedamos un rato, franeleando. Estaba mojada por la lluvia, embarrada, con hojas pegadas en el cuerpo, pero tenía dientitos de joven y panza de estar bien alimentada. Miré alrededor: canchas de fútbol, universidad, parroquia. Alguien la está alimentando, pero si tiene chicles pegados y alguna que otra garrapata, dueño no tiene. Me paré e intenté ponerle el cable con el que ato la bici alrededor del cuello, se paró y empezó a rajar. Guardé el cable, me subí a la bici y pensé en volver a casa ( 15 cuadras) dejar la bici y los perros y volver por ella con un collar y una correa. Pero todos los que levantamos perros sabemos lo que pasa cuando te vas: desaparecen. Siempre que vayan a levantar un perro, agárrenlo en el momento, es ahí mismo o nunca, funciona así. Me bajé de la bici y la seguí tocando, me arrodillé en el barro en el que estaba y ahí nos quedamos, hasta que confió en mí.
Al rato, se levantó a jugar con Ade y Vento. Me subí a la bici y le dije “Vamos Eevee, vamos a casa”.
La Ibi me siguió 15 cuadras en las que no dejó de correr a Vento, ladrarle a los perros que estaban en sus patios delanteros, mear arbolitos y cruzar la calle sin método alguno.
Al llegar a casa, abrí la puerta y entró detrás de Vento, el que iba a transformarse en su amor de primavera.
La primera media hora la pasó tomando agua, comiendo y tratando de investigar qué onda esos dos gatos que la miraban desde lo alto de la mesa. La segunda hora no se despegó de su nuevo colchoncito ni de su hueso. Durmió toda la noche sin chistar, sin llorar, sin sentirse encerrada en esta cosa rara de paredes altas donde los animales duermen en colchones con mantas, donde si llueve no se mojan, donde si piden morfi, el morfi aparece.
La lluvia azotó toda la noche y mientras me dormía, me alegraba de haber tomado la decisión de transitar a Ibi, un nuevo pequeño y hermoso quilombo para la vida de alguien que paga una luca de pensionado canino cada vez que tiene una posta en otra provincia.
Lo demás se lo imaginan. Enseñarle a hacer pis y caca afuera, a no robar comida, a no romper zapatillas, no subir a la cama a menos que se la invite, a pasear con correa, no ladrarle a las personas, ni a los autos, ni a otros perros. Enseñarle a confiar en las personas, no entrar con patas embarradas, no llorar cuando me voy, no volcar el tacho del agua…
Ibi está aprendiendo, está creciendo, está poniéndose a punto para conocer a su familia para siempre. Mientras tanto, la vacunaremos, la castraremos y le enseñaremos a ser la perra más copada del mundo.
Por ahora su mejor virtud es su peor defecto, es muy guardiana, duerme a los pies de mi cama, o en la puerta de la habitación, mirando hacia la puerta de casa. No le importan los sillones ni las camas, Ibi quiere saber que nadie se está acercando por esa puerta para poner en peligro a su familia de tránsito, Ibi nos quiere cuidar porque nosotros la cuidamos a ella. Por ese motivo, no te atrevas a acercarte a la reja de casa, porque los ladridos de Ibi harán que todo el barrio sepa que estás intentando algo que no te corresponde. Así seas sodero, cartero, o amigo que viene a cenar.
Una vez introducida al extraño, y después de tocarla y presentarte, Ibi te considera un amigo más, te abre la patita y te muestra su pata suava, sin bichos, sin chicles, sin barro ni mugre.
Ser familia de tránsito no es fácil. Ustedes dirán, si es tan linda y tan buena quedate con Ibi! La única manera de poder seguir levantando animales es que el elenco estable sea pequeño. Ade, Vento, Sharan y Fif son suficientes. Prometí cuidarlos y protegerlos, y juntos hemos formado una familia curadora de desamparados, hambrientos y muertos de frío. En la medida en la que sea posible, queremos hacerlo para siempre, es por eso que hoy necesitamos que Eevee encuentre a la mejor familia del mundo, una mamá o papá humanos que tengan muchas ganas de darle besos, regalarle huesos y morirse de risa cuando ella juega con media aceituna como si fuera lo más copado del mundo.
Si vos conoces a alguien que pueda querer a Ibi, o si sentís al leer esto que Ibi puede ser tu próximo amor perruno, contactate conmigo. Ella va a estar en casa hasta que alguien la quiera de verdad. No quiero que se vaya con cualquier persona, no tengo apuro por sacármela de encima, no quiero “regalarla”: lo que quiero es que sea feliz y si vos sos la persona para ella, que te haga feliz a vos como me está haciendo a mí en estos días.
Ibi tiene menos de un año, todavía no tuvo su primer celo, es negra con manchitas marrones, petisa, graciosa, mimosa, juguetona y muy guardiana. Ideal para gente que tiene otros perros, o niños. Se lleva bien con gatos, se lleva bien con besos, con abrazos, se lleva bien con el amor.
Mi mail es bravosierrajuliet@gmail.com
mi twitter es @forbitchingonly
Me llamo V. soy una azafata solterona que levanta animales y toma mucho té verde.
Necesito ayuda con Ibi. Me ayudas? Compartir este escrito es importante para nosotros. Ibi está esperando su familia para siempre.
Gracias <3
Hola V, cai de carambolas a tu blog y ya te amo. Sos grosa, sabelo!
Cariños!!!!