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Regards from Hell

(Pinche para escuchar.)
Mi vida podría tener etiquetas de búsqueda para resumir esto y no estar perdiendo el tiempo con lo que no nos interesa. Tipeá Galgos- Darkness- Mezcla- Pan- Mantas- Celular- Piel- Siesta- Bravo-Sierra-Juliet.
Tipeá Summertime Sadness, tipeá cables y parlantes, tipeá repeat one, tipeá tinta, tipeáme ésta.

Ayer un bebé de un año y medio me cortó el rostro cuando le asomé al Koala por el mamparo del galley delantero.
Suelen reir, suelen distraerse. Este no, nada. Me dejó con mi cara de azafata copada tarada, moviendo el dedito, dándole vida al Koala y haciendo una voz similar a como intuyo que debe ser la voz de un Koala. Me ninguneó ante la mirada avergonzada de sus padres.
Lo guardé en la cartera roja con odio y hombros levantados, sabiendo muy en mis adentros, que ese bebé es un poco como yo. Me dijo en idioma bebé “Metete ese koala en el culo y pasame el ipad, gila”.
Soy una idiota.
La semana pasada una tripulante me dijo en el galley que cuando me vio las uñas en el briefing pensó “ay que horror”. Jamás me esculpí las uñas, jamás me hice la “francesita”. Arranquemos porque detesto que se llame “la francesita”, me suena a una práctica sexual depravadísima que incluye o bien a una extranjera muy puta o a una menor de edad. No me interesa. Les pongo brillo a mis uñas e intento que los carros las partan lo menos posible, pero no me interesa el calcio, la fortificación, el largo, el ancho, la cutícula. Son uñas. Sirven para rascar, para apretar granos, para sacarse la mugre de abajo de las otras uñas.
Sin embargo, esa chica, con su perfect french, vio eso de mí. Que mis uñas eran un asco.
Bebé cortamambo, Tc subestimadora… Mundo 2- FBO 0
Qué semana de mierda.
Me vine de posta y dejé a Adela en una guardería por primera vez. Pienso en ella todo el día. Si tuviera Wassap la stalkearía día y noche, ver si está conectada, ver su última conexión. Estoy obsesionada con Adela, con el sonido de su respiración, con su piel, con lo que come, con cómo corre, con su mirada, sus juegos, su risa. Estoy obsesionada con que sea feliz, con que se divierta, con que no sufra, con que no se enferma, con que viva una vida larga y hermosa, y preferentemente, bien cerca mío.
Anoche, en la cama del hotel de Córdoba, empecé a ver mi álbum de fotos de Enero. Están subidas al facebook el 24 de Enero del corriente año. Bamba en todas ellas. Bamba durmiendo, paseando, comiendo, mirándome.
Me acosté con una tristeza insoportable, aún sabiendo que me la había buscado, que con cada foto no estaba recordando el amor sino el dolor. Pero bueno, lo hice igual. Media hora de fotos, media hora de Bamba en sus costillas, despidiéndose a cada minuto.
Apagué la luz y me dormí.
Así desperté hoy. Veo el Koala y lo cagaría a trompadas. Simple.

Me siento en el escritorio del Holiday Inn, que es mucho más cómodo que el de mi casa y no tiene gatos cabeceando el teclado, tengo una carpeta blanca adelante con más de 120 hojas impresas en casa. Escritos, posts, cuentos, listas de los posts elegidos para el libro, listas de entradas, listas de ideas. Nada me gusta, nada es lo suficientemente bueno para ustedes, nada estará a la altura del papel.
Escribir en el espacio es gratis, es como un machete en la palma de la mano hecho en birome. Se borra, desaparece, se saca lavando con agua o refregando con baba.
Pero imprimir un libro es tatuarlo con tinta en la piel.
Enfrentarme a la editorial con un archivo de 250 páginas para que ellos quemen, cosan, peguen… es darle las llaves de mi casa a los invisibles, darle las contraseñas a los enemigos, sangrar ante los tiburones.
Ustedes me destrozarán, leerán mis palabras y dirán que no fue suficiente, que esperaban más, que no valió la pena, que había más expectativa, que pudo haber sido mejor.
Mis libros serán mis hijos. Y los odiaré a todos ustedes por lastimarlos, por no decir que son bonitos aunque hayan nacidos feos, por no querer alzarlos y llevarlos a pasear y decir que se portan muy bien aunque lloren toda la noche.

Mis libros llorarán toda la noche.

Vomitarán sus mesas, sus camas, se cagarán en sus manos, en sus sillones, en sus carteras, en sus lugares elegantes, les mearán la cara cuando intenten cambiarlos; gritarán en sus reuniones de trabajo, morderán a los tíos gordos, le sacarán la lengua a los desconocidos y le dirán puta a la abuela.
Mis libros les harán pasar vergüenza.
Se odiarán mutuamente, y yo me retorceré en la cama, sintiendo que de mi endometrio salió la cosa más perfecta, más preciosa, más única del universo entero y que ustedes no la saben tratar. O no es acaso ese el dolor de ser padre? El mundo no es lo suficientemente bueno como para tratar merecidamente a nuestros hijos.
Entonces saldré a matarlos. A todos.
Me meteré en sus casas por las noches vestida de Black Bamba y secuestraré a todos mis hijos, los pasaré a buscar uno por uno, los meteré en mi bolso, y volveré a la Embajada, el único lugar donde tenemos inmunidad.
Querrán quemar mi casa, querrán quemar mis libros, querrán quemar la verdad.
No podrán.
Los tatuajes no se quitan, las palabras dichas no se retiran, las letras escritas no desaparecen jamás.
El For Bitching Only será verdad.
Y por cada cien de ustedes que arranque las piernas de mis hijos y las queme en un hogar, habrá uno que habrá entendido, habrá uno que lo huela, lo acaricie, lo mire de cerca, lo salve, lo entienda, lo ame.
O no es eso acaso lo que queremos para nuestros hijos?
Tipeá Koala- Vómito- Ira- Fuego- Embajada. Tipeá Venganza-Vergüenza- tipeá papel.
Tipeá Verdad-Verdugo-Vanidad-Víctima-Violencia.
Tipeá Virtudes-
Tipeá una V.

Ahora me tenés en tus manos.
Qué vas a hacer?

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This is not Miami

(Pinche para escuchar)

Graciela vive en Villa del Parque, viaja a Miami con toda su familia.
Esa semana se hizo las uñas, se tiñó las raíces, y lavó toda la ropa con la que iba a viajar.
Por la noche casi no durmió pensando en sí le faltaba alguna cosa, en los pasaportes de todos, en que el taxi llegue a horario.
Grace se levanta a las 7 más aunque el vuelo sale a las 21 hs, se baña dos veces ese día, se seca el pelo, se perfuma, viste un jean, unas botas, una remera, un saquito y una campera porque sabe que en el avión hace frío.

Jessica se levanta a las 2 de la tarde, está de vacaciones y esa noche viaja. Tiene el cavado profundo hecho desde que sacó el pasaje, lleva su mejor ropa en la valija y lo que le falte no le importa porque se lo compra allá. Viste su remera más escotada, la que resalta mejor todo lo invertido en el quirófano, sus calzas nuevas, zapatos altísimos y el pelo planchado.
Sus papis la llevan hasta el aeropuerto pero en cuanto pone el pasaporte en el mostrador del checkin, se hace la grande. Aunque ni siquiera el dinero con el que se hizo la reserva en el hotel fuera suyo.

Carlos tiembla en la cola de los mostradores, por primera vez en su pasaporte figura la visa de Estados Unidos, lleva ahorrando para llevar a su familia desde siempre, y personalmente, supervisa el peinado de sus hijos, el planchado de las camisas, la prolijidad de los papeles, el tamaño y el peso de las valijas. Repite incansablemente “este avión es como el titanic, hay que estar impecable, este es el viaje de nuestras vidas”.

Diego se levantó a las seis de la tarde, cargó jeans y remeras en un bolso de mano, tres relojes, un traje de baño y cuatro pares de zapatillas. El equipo de gimnasia lo lleva puesto, es lo más cómodo para viajar. El auto lo busca a las 18.30, se sube con anteojos y auriculares, está harto de aviones. El fútbol es así.

Rubén acomoda su corbata arriba de varias camisas, todas planchadas. ¿Corbata o moño?¿Qué color quedará mejor? Desde qué Rosa no está, le toca a él decidir. Su viaje al viejo continente con cambio de avión en Miami, lo entristece, pero será la última vez que viaje a su pueblo natal, donde conoció a Rosa y donde quiere que ella descanse para siempre. Se afeita al ras, se perfuma, se peina a la gomina bien tirante y revisa una y otra vez que todo esté en orden, diez minutos antes ya está con su maleta preparada, esperando en la puerta del edificio que lo vengan a buscar.

Otra vez desfile, otra vez Miami, otra vez paparazzis en el aeropuerto. La Giardone tiene invertido la mitad de su patrimonio en su escultural cuerpo, cirugías, gimnasio, pilates, inyecciones, retoques, extensiones, blanqueamientos: dentales y anales; un jean que se le clava como un rottwailer comiendo a pleno, plataformas de 15cm, mucho animal print de Versace, valijas Vuitton, cartera Hermès, anteojos Dior. En el aeropuerto de Miami la recoge el Rolls Royce Phantom del rodete de turno, va maquillada como salida del Maipo, olvidando que 9 horas de vuelo derriten la cara.

Leo está en la casa de su manager desde hace dos horas con toda la banda. Todavía no se acostaron. Los jeans negros y la remera de Harley destilan el olor a diversión de la noche anterior. Los tatuajes de sus brazos dejan en claro a todo aquél que intente ser amigable, que no se debe esperar mucho de él. Finalmente, llega a Ezeiza; entra al aeropuerto con los ojos rojos y el demonio dentro, o le dan un whisky o lo dejan dormir, pero que no le rompan las pelotas.

Mariela se levantó muy temprano ese día, ayudó a los chicos con cosas del colegio, dejó preparada la comida y preparó la valija para la posta. La pasaron a buscar para hacer el Miami y al subir al auto, ya estaba cansada, poca paciencia, un vuelito de aquellos le toca por delante.
Viste el uniforme de la empresa, las medias de descanso, los zapatos rojos, el trajecito rojiazul y el rodete impecable, como a ella le gusta. Se adivina un cuerpo escultural debajo de esos trapos sin forma.
En la puerta del avión recibe a los pasajeros, los conoce, aunque no los haya visto en la vida, sabe lo que pedirán para tomar, lo que querrán comer, lo que preguntarán.
Sabe perfectamente quién vuela por primera vez, quién está emocionado y quién está harto de hacerlo. Conoce la mirada de quienes respetan su trabajo y de quienes, de ser posible, esperan la oportunidad para denigrarla.
Sabe quienes pedirán hasta el último átomo de su cuerpo transformado en servicio, y quienes solo quieren dormir.
A todos les sonríe por igual, les da la bienvenida, los asesora. Por la manga ve venir a una pequeña que apenas debe estar rozando los 21 años, tropezando en sus inexpertos zapatos, jugando a la mujer sexy, en vano.
Delante de ella, un futbolista reconocido cambia de canción en el ipod, ignorante de todo lo que pasa a su alrededor. Pasa el bolso por encima de su hombro, dándole un golpe a la pequeña, haciéndole perder la estabilidad y dejándola en el suelo. No se entera de nada y sigue caminando.
Mariela está a punto de poner un pie afuera del avión para socorrer al avergonzado pequeño gatito, cuando un señor muy mayor, con un moñito negro y anteojos de marco grueso la ayuda a levantarse.
Detrás sube apresurada una señora rubia con su familia, a los insultos con el jefe de otra familia, que aparentemente quiso ocupar su lugar en la cola. Se escuchan los gritos cada vez más cercanos, y decide no intervenir hasta que no estén arriba del avión.
Al llegar delante de ella, todos sonríen como si nada hubiera pasado. Se acomodan a los tumbos, mirándose como los Capuleto y los Montesco, unos detrás de otros.

Personal de tráfico se acerca con unas planillas y mientras Mariela firma, una mujer de su estatura, con anteojos negros y perfume insistente, le pone una familia de valijas marrones ante sus ojos y le dice “Te las dejo acá” y desaparece por el pasillo.
Mariela no llega a pronunciar palabra cuando un hombre de dudosa higiene tropieza con el escalón entre la manga y el avión y la mira a los ojos dos segundos, dos instantes fatales en los que ella comprende lo que está a punto de suceder. Alcanza a correrse milésimas antes de que el vómito que sale por la boca de este hombre aterrice encima de las Louis Vuitton de la supermodelo.
Mariela lo mira enfurecida, después reprime, respira, suelta el olor a vómito que le sube por las fosas nasales y le pregunta al señor si se encuentra bien.
Después de un breve cuestionario, le permiten viajar.
Se limpia el piso, se le explica a la señora lo ocurrido con las valijas, ella se pone a gritar como desquiciada, se demora el vuelo, las familias enfrentadas se ponen de acuerdo para escribir cartas de quejas, el futbolista se duerme, el viejito se desmaya, la pendeja se sigue frotando las tetas.

Y a Mariela le quedan 9 horas de vuelo por delante. Cierra la puerta y suspira.

Toda la situación queda registrada en las fotos y notas mentales del pasajero frecuente de la fila 1A de la premium bussiness.
Excelente y suculento, perfecto para su blog.

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War Camp

Día uno de esta guerra. Alguien me acompañó pacientemente hasta la que será, por tiempo indefinido, mi nueva cama.
Desempaqué a Adela y a los gatos, quienes se acostaron cómodamente en el colchón, dejándome un 2 por ciento de lugar.
Caminé por el campamento saludando a los demás reclutas, todos vestían ropas grises, y caras largas.
Al mediodía tomamos una sopa que alguien cocinó con muy poco empeño y por la tarde vagamos en silencio, sin hablarnos unos a otros.
A las siete, una campana sonó.
Arrastrando los pies y haciendo polvo, nos dirigimos a la carpa principal y allí se llevó a cabo la primer reunión.
Nos dijeron que eligiéramos un objeto, SOLO UNO que nos acompañaría en nuestra estadía. Teníamos toda la noche para pensarlo y, al día siguiente, nos sería traído al campamento.
Explicaron las reglas y los objetivos, preguntaron si habíamos entendido. Dije que sí, pero no entendí. No estaba prestando atención. Solo pensaba en cómo sobrevivir en ese frío, triste y solitario lugar. Me sequé las lágrimas en un rincón y seguí a los demás.

Después de cenar, guardé unos panecitos en los bolsillos y se los llevé a los culins. Comieron y volvieron a dormirse.
Me quedé sentada en la cama, pensando en canciones, en risas, en caricias y en amor.
Me tapé con una manta muy finita y el frío me calaba los huesos, mis tres guardianes se acercaron para darme calor. Nos dormimos hasta que vimos el primer rayo de sol.

Me desperté llorando.
Soñé invisibles, soñé tus manos, soñé un manto negro, un barco y el horizonte, soñé la lluvia cayendo y yo en la cama, soñé con mi vientre, soñé con las risas de los payasos, soñé mentiras, soñé con plástico, soñé el miedo de no poder despertar.

Por la tarde trajeron los objetos de todos. Algunos pidieron cámaras de fotos, otros pidieron libros, sus almohadas, sus teléfonos, su dinero; yo pedí mi avión.

El Sierra Juliet llegó a la posición con lo último de combustible, estacionó y ahí se quedó.
No fue sino hasta las 7 de la tarde que me dejaron encontrarme con él.
Le puse la cadena a Adela y metí a los gatos en la mochila. Empaqué mi ropa y mis zapatillas y subimos.

Qué olor a avión.

Recordé a esa pasajera que hizo subir a todos sus hijos con el pie derecho al BFY en Iguazú. Al preguntarle por qué lo hacía dijo que era una cábala.
Mi cábala es sentir el olor.
Aspiré bien profundo y cada célula de mi piel se llenó de tu olor.
Me hundí en tu cuello, en tu pelo, en el olor de tu piel.
Te recorrí de punta a punta, sabiendo que estaba en casa, que estaba a salvo, que ese era mi lugar.
Cerré la puerta y nos quedamos adentro, Adela, los gatos, vos y yo.
Pusimos películas, comimos rico, dormimos la siesta, jugamos, reímos, olvidamos la guerra.
Pero la guerra nos hizo recordar, la guerra nos vino a buscar.

Olía a sangre.
EL LCL olía a sangre como nunca antes. Busqué los cuerpos, busqué heridos, busqué pasajeros para evacuar. El avión estaba vacío.
Mis animales sentados en la fila 1JKL, con cinturón abrochado y tapados con mantas, me miraban ir y venir.
De dónde sale la sangre?

La alfombra tenía huellas rojas.
Las seguí, y al seguirlas, cada vez eran más. De la 1 a la 28, de la 28 a la 1. Pisadas como en la arena, unas arriba de otras, mis propios pies.
Mis pies rojos, reviso mis piernas, mis piernas rojas, reviso mi abdomen, mi abdomen rojo, reviso mi pecho, reviso mi sien.

Estoy matada.

Me han matado en mi propio avión. Me han matado mientras dormía, mientras reía, mientras creía que estaba siendo feliz. Adela empieza a pelarse, los gatos maúllan. Quizás este sea el final.
Escucho un golpe en la puerta, me acerco y miro por el visor.
Nadie.
Golpean otra vez.
Miro.
Nadie.
Juliet que está pasando?
Golpes invisibles.
Están de nuevo aquí.

“Cada vez que tengas algo que te importe mucho, cada vez que tengas algo que perder, te vuelves débil, te vuelves blanco, te vuelves fácil de romper.”
Lección número uno.
Hoy has muerto, porque hay demasiadas cosas que te atan a este mundo, porque hay demasiados seres, demasiadas emociones, demasiado querer.
Mientras tengas tus intereses puestos en otros, serás lastimado a través de estos otros. Mientras haya algo en el mundo que sea lo más importante para tí, será usado en tu contra, será utilizado para lastimarte, para destruirte, para que fracases, para que mueras, para que no existas más.
Hoy has muerto.
Es hora de que te despojes de todo aquello que no seas vos misma, de todo lo que te vuelve débil, lo que te vuelve un blanco, lo que te hace fácil de destrozar.

Te olí por última vez, te acaricié como nunca antes, te abracé y te agradecí por tanto.
He crecido a tu lado, he aprendido todo, pero esto es una guerra mental, y debo dejarte ir.
Adela y los gatos se levantaron y, juntos, te vimos partir.
Te ibas sin combustible, te ibas despacio y algo apaleado. El polvo del campamento, la sangre en tu alfombra, los golpes invisibles… todo te hizo mal.
Pero ahora volverás al ruedo, ahora podrás volver a volar.
No sos avión de guerra, no pertenecés a este lugar. Que tus vuelos sean lindos y seguros, que tengan perfume y glamour, siempre te estaré agradecida, siempre pensaré en visitarte, en abrazarte, hablarte, olerte, amarte.

Hoy he muerto una vez más.
Me acuesto en una cama fría, sin haber comido, sin tener abrigo, sin saber qué pasará mañana.
Mis tres guardianes se acercan buscando calor, nos hacemos bolita, cerramos los ojos.
Adiós.

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Back in anger

¿El enojo es con la muerte por llevárselos, con ellos por morirse, con nosotros por seguir vivos o con el tiempo que hace que, lentamente, no nos acordemos con la misma nitidez de antes de todo eso que necesitamos recordar?

Necesito recordar sus caras, los sonidos de sus voces, los olores, la temperatura de la piel, la humedad de la nariz, el tamaño del cuerpo, la risa, la mirada, alguna palabra, el brillo del pelo, cualquier cosa que no sea una sensación. Pero lo único que me queda es la sensación. Puedo recordar como me sentí en todos los momentos, puedo revivir los sentimientos y lo que me pasaba en el alma, en cada minuto de cada día.
No es suficiente.

Adela se ha adueñado del lugar de Bamba. Adela ladra y Bamba no ladraba. Adela abre las piernas para que le toque la panza, Adela se hace pis cuando entro a casa de volar, Adela salta y festeja enloquecida. Bamba se levantaba del sillón, se acercaba a la puerta y paradita al lado del baño me hacía la sonrisa. Yo gritaba “HACEME LA SONRISA HACEME LA SONRISA” y ella se reía.
Adela tiene la naríz puntiaguda, finita, graciosa. Bamba era extremadamente narigona y ancha, su hocico era la más absoluta perfección, necesito tocarlo y sentir el peso exacto de ese hocico negro y canoso a la vez. Necesito olerla.
No quiero olvidarla, no quiero que todo lo que pase hoy borre lo que pasó ayer. No quiero recordarla tirada, agotada, ida. Bamba también saltaba, Bamba corría liebres en el campo enloquecida mientras yo le gritaba que no, que volviera, que por favor no, que dejara a las liebres en paz. Bamba no me escuchaba cuando corría liebres. Volvía agitada, cansada y sedienta, tomaba agua y se acostaba en el sillón. Reía perfumando todo con su aliento, ante mi mirada desesperada de desaprobación. Adela y Bamba, las dos, me persiguen por la casa llorando con chillidos agudos para que las saque a pasear, aun cuando pueden hacerlo solas, aun cuando tienen todo un campo para ellas; las dos me piden que las acompañe. Las dos disfrutan de caminar conmigo.
Se parecen tanto que duele.
Han pasado 8 meses y las cinco letras en mi brazo arden como la marca de Voldemort con cada recuerdo de ella. No la olvido, pero tampoco la puedo recordar.
Entonces miro las fotos, pongo los videos. Me esfuerzo por tenerla presente, por recordarla corriendo y sonriente, comiendo con ganas, saltando en la plaza, haciéndome lengüita de placer.
Me enojo con la muerte por habérmela robado, me enojo con ella por haberse ido, me enojo conmigo por haberme quedado, me enojo con no poderla recordar tal cuál era, todos los días.

Me enojo conmigo por no recordar los ojos de mi papá cuando estaba de pie.
Recuerdo las anécdotas, recuerdo las historias a la perfección, pero no recuerdo en qué mano tenías la cicatriz en el dedo, no recuerdo cuál fue nuestra última cena juntos, no recuerdo mucho más que ese hospital.
Me enojo porque te fuiste y yo estaba esa noche en una fiesta. En tu última noche estaba en una fiesta.
No sabía que iba a ser tu última noche, sino no hubiera ido, sino hubiera hecho una guardia afuera del hospital alemán, y le hubiera dicho al Indio que te cantara canciones como un mariachi ricotero y te hubiera llevado un alfajorcito de chocolate más, te hubiera mirado a los ojos como las otras de ciento de miles de veces, hubiera puesto cara de ratita una vez más, te hubiera dicho que te amo y que te fueras en paz, o te hubiera gritado, te hubiera pedido que te quedes, hubiera golpeado tu cama, tu cara, hubiera destrozado el lugar. Hubiera hecho algo al menos, algo más que bailar en una estúpida fiesta y enterarme al día siguiente que no respirabas más.
Me enojo porque nadie me avisó que te ibas a ir ya.
Pensé que no te ibas a ir nunca, porque es imposible que exista tanto dolor.
Las cosas imposibles no pasan, es simple. Se niega y listo, no ocurre, es imposible y chau.
Es absolutamente imposible tenerlos delante mío y que no respiren, que no sientan, que no estén.
Y es imperdonable que nadie me lo avisara antes, que nadie me dijera que esto podía pasar.
¿Cómo mierda se vive rodeado de muerte?¿Cómo se pretende que el otro está?¿Cuándo se comprende que el otro no está?
¿Cómo se abraza al que no está? ¿Cuándo se deja de necesitar abrazar al que no está?

He declarado una guerra invisible, una guerra mortal.
Y, lo siento queridos, pero morirán ustedes o moriré yo, pero esta guerra va a acabar.

Me han robado a mis héroes cuando yo estaba de fiesta, cuando no estaba preparada para ser abandonada, para quedarme sola, para crecer y enfrentar.
No me muestren mi dni, no me importa mi edad.
Tendré la edad que quiera tener y no hay nada que puedan hacer al respecto.
Viviré en mi palacio de mascotas somnolientas y murallas de cristal. Y de vez en cuando ustedes vendrán a romperlo a piedrazos, vendrán a destrozar lo que es mío, lo que supe conquistar.
Romperán vidrios y corazones, romperán con sus verdades todas mis ilusiones y sonreirán al verme caída, al verme destruída, al verme desmayar.

Me verán llorar.

Dormiré más horas que las sugeridas, soñaré con reinos que ustedes no saben que existen, me encerraré en el placard.
Escribiré mil cuentos en nombres de los hijos no queridos, en nombres de los corrompidos, de los echados a perder.
Me esconderé.

Y ustedes se reirán de mí. Se reirán de los vidrios rotos del palacio, se reirán de mis perros y mis gatos, de mi prosa inconstante, de mi poesía vulgar, se burlarán de mi pasado y de mi presente, se burlarán de mi mente y mi musicalidad.
Y yo estaré barriendo los vidrios, descalza, cantando en voz baja, con las manos ansiando transformar en palabras todo este cuento, todo este tormento, todo este pesar.
Y la guerra invisible irá por dentro, mientras todos bailan, comen y ríen, mientras despegan y aterrizan aviones, mientras se cogen esas mujeres sin alma, mientras gastan su dinero en suciedad, mientras repiten palabras que no entienden, y hacen cursos para agradarles a los demás, mientras se sacan los ojos por tener razón, mientras se alejan de ustedes mismos, mientras se acercan a sus enemigos, mientras transan con lo de más alla. Mientras se transforman en todo aquello que jamás quisieron ser, el palacio de cristal pondrá cristales nuevos, cantará canciones nuevas, escribirá páginas que jamás serán leídas por todos ustedes, horribles, horribles seres del horror total.

Me enojo con la muerte por llevarse a los que yo quería, me enojo con los que quería por dejarse llevar, me enojo conmigo por no haberme ido con ellos, por no haberlos salvado al menos, por no haberlos podido rescatar. Me enojo con ustedes por ser tan mierdas y estar tan vivos, me enojo conmigo por no poderlos matar, me enojo con la muerte por no llevarse a los malos, me enojo conmigo por no poder recordar, me enojo porque me olvido lo lindo, y se me quedan ustedes, los feos, los ascos, los que son lo más horrible que he conocido, y sin embargo, se quedan acá.
Me enojo conmigo por no tener poderes mágicos, me enojo porque lo único que tengo es un libro, me enojo porque no me muero, me enojo porque los extraño, me enojo porque quiero verlos y me enojo porque no están.

Me enojo porque ya no están.
Porque no puedo verlos.
Porque se han vuelto invisibles.