Te digo: estoy empezando a entender la adicción al vuelo.

Entre las mucosidades y los estornudos que me mantuvieron fuera de circulación desde el 27… llegué casi al borde del colapso al día de la fecha.
Estoy sin volar desde hace 6 días y si no vuelo mañana me pongo a jugarle a la quiniela o me voy al hipódromo a apostarle a los caballos.

SI SEÑOR!
Volar es adictivo.
Mi casa me aburre, me aburre dormir, salir, ver pelis, comer, no hacer nada, estar con los gatitos, descansar, salir de compras, pintar la casa, limpiar, ordenar, cocinar… ME ABURRE TODO!!!! Quiero volver a volaaaaaaaar!

Que subis con los rojos, que armas tobogan que te ponés los negros, que el servicio con los negros pero el aeropuerto con los rojos, que desarmás tobogán que te ponés los rojos, pero si estás en escala te dejás los negros, que vas para adelante, están con los rojos, que volaste con un hombre… te olvidaste y te dejaste los negros, que una vez por vuelo los pasajeros tienen que verte con los rojos, cambia la ruta y te sacás los negros, que te duelen los pies y te tocan los rojos, que no te acordás en que gabinete metiste los negros, que vas para adelante con los negros y se acordaron y se pusieron los rojos.

Maaa si!!! Un día de estos voy a ir al Coto con los rojos y voy a caer en Sala de briefing con las havaianas y las medias de descanso abajo.

Los tripulantes tenemos la maravillosa capacidad de crear en lo que dure un vuelo, un tramo, dos tramos, o cuatro… una relación con nuestro compañero de galley, de profunda intimidad. Nos contamos cosas como si nos conociéramos de toda la vida, nos atrevemos a esa terapia no planificada como si todo lo que dijéramos fuera a quedarse ahí, suspendido en el aire, sobrevolando esa laguna a 30.000 pies.

Después de compartir nuestros secretos mejor guardados, esos que quizás no contamos ni a nuestros amigos, o de confesar esos pecados que no nos decimos ni a nosotros mismos… esa persona que estuvo en ese lugarcito frío pero cálido a la vez, se convierte en algo especial.
Y al cruzarla la próxima vez, el abrazo fuerte es genuino, la sonrisa y la alegría por vernos es mutua y; en esa complicidad, sin saber bien por qué o qué fue exactamente lo que pasó, sabemos que hemos creado algo fuerte.