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Unaccompanied Minor

Hace unos años, en un blog parecido a éste en formato, pero muy distinto en el contenido, empecé una tesis acerca de la cuál escribiría sin detenerme hasta encontrar una respuesta a la premisa. La pregunta que se planteaba era: ¿Dejamos alguna vez de ser hijos?

Bajo ese título, se enumeraban; en forma de poesías, cuentos, ensayos, raptos de inspiración, cartas y vómitos de palabras, las historias y las aventuras vividas durante 28 años junto al cacique de la tribu más hermosa, loca y cercana que he tenido, mi familia.
Este cacique, un gaucho mexicano y pistolero, inspiró durante años mis escritos, y hoy, más que nunca, vuelve a hacerlo.
Más vulgar que la vulgaridad misma, divertido, quilombero y transgresor, se despidió hace solo dos días de nosotros, sin poder despedirse, ni decirnos adiós.
Y acá quedamos nosotras.
Las hijas.
Creo que los hijos volvemos a ser niños durante segundos eternos, volvemos a llorar, a no dormir, a no comer, a ponernos caprichosos, irreverentes, a ponernos tontos, a no pensar. En cuanto recibí la noticia, no podía vestirme. Estaba recién bañada y me paraba estática frente al cajón de las remeras, revolviendolas de un lado para el otro sin encontrar la adecuada. Pasé 15 minutos transformándolas en una masa homogénea de tela de colores sin poder darme cuenta de que daba lo mismo, que ya todo daba igual. Hace dos días que solo como mc donalds, pizza y chocolates con coca cola. Me duermo cada vez que estoy sentada y no puedo reaccionar ante los trámites que la ley me exige, no los entiendo, no los necesito, no los quiero.
Solo quiero dormir.

¿Dejamos alguna vez de ser hijos?
¿Dejamos de sufrir por los errores de los grandes, dejamos de sentirnos pequeños e indefensos ante las decisiones y las reacciones de esas dos personas que alguna vez se unieron para vernos nacer?
Todos los padres cometen errores, gracias a sus barrabasadas existe la psicología, la psiquiatría, los antedepriesivos y Neon Genesis Evangelion.
Los ausentes, los golpeadores, los abandonadores, los enfermos, los abusadores, los depresivos, los desamorados, los obsesivos, los exigentes, los sobreprotectores. Todos, todos, todos.
Y cuando seamos padres lo haremos también, podemos ir eligiendo nuestro modelo desde ahora, perfeccionándolo, sacándole punta. Nosotros también construiremos The Wall.
Nosotros también haremos algo que dañará a nuestros hijos. Vos, que sos padre, lo estás haciendo en ESTE MISMO MOMENTO, mientras pensás que sos el padre perfecto.
No existe tal cosa.
Solo existe hacer lo mejor posible y estar, amar, estar más, amar más.
Entonces todos nuestros errores como padres, y todos nuestros dolores como hijos, serán uno. Porque al ser padres, comprendemos a nuestros padres, y nos volvemos más padres y menos hijos… Aunque nunca, jamás, JAMÁS dejamos de ser hijos.
Hubo una época de furia.
Durante la adolescencia, yo lloraba como método de vida, era lo que más me gustaba hacer. Llorar, escribir, escribir, llorar. Eran mis hobbys.
Inmediatamente después de eso, me enojé. Consideraba que todo era una gran injusticia de la vida y que no había motivos para que todo fuera tan difícil, tan mierda.
Pero después fui poniéndole anestesia a la situación. Lo investigué, lo busqué, lo perseguí dentro mío, y finalmente apareció toda esta verdad, MI verdad y de nadie más. No una verdad social, no una verdad de todos. Esta era mía, y me servía a mí. Como la religión le sirve a unos y el escape a otros… Mi verdad me llevaría a perdonar todas aquellas cosas dolorosas que creía demasiado pesadas para mi edad. Y con ella como bandera, seguí adelante, acepté las libertades de los demás, las elecciones, las desviaciones, las enfermedades, las locuras… como verdades de los demás. Y nunca más volví a enojarme.

El domingo perdí mis 31 años.
Volví a ser chiquita, y ahora tengo que volver a empezar.
Voy recuperando de a poco, hoy es Martes por la noche y ya tengo 11 o 12.
Todavía me falta revivir la etapa de llorar y escribir, más tarde la de enojarme, más tarde la de reencontrarme. En el medio supongo que me vendrá el período y podré estar físicamente preparada para tener mis propios hijos. Claro que voy a ser muy joven, mentalmente hablando, como para procrear. Pero, con suerte, maduraré otra vez antes de que sea demasiado tarde.
Un ciclo volvió a empezar.
Hoy soy un menor no acompañado, no sé vestirme, no sé comer, no sé dormir, no sé llorar.

Adiós Malevo, tregua invisible.

No pude llorar.
No pude besarte, no pude hablarte, me es imposible llorar.
No es hasta que abro una página en blanco, que me tiemblan los labios, entonces sí.
Siempre te escribí.
Cuando estabas, cuando no estabas, cuando me leías, cuando hablabas, cuando apenas respirabas… Siempre te escribí, y vos me escribiste a mi. Con tu hermosa letra, y tus faltas de ortografía, todavía guardo el cuaderno, y tus decenas de cartas…
Entonces te voy a escribir, para que mientras las pienso, se eleven mis palabras, y sepas que son para vos. Para que todos los pañuelos mojados se transformen en recuerdos, y que para las historias de nuestras aventuras no sean olvidadas jamás, que queden escritas, que sean leídas, y que todos sepan que hubo un loco, una vez…
Hay amores que no se pueden explicar, hay elecciones que no se pueden entender, y la locura de haber nacido en esta familia, la enferma y hermosa locura de haber sido quienes fuimos, de haber vivido lo que vivimos, no se puede olvidar.
Hoy no me arrepiento de nada, hoy no cambiaría a un loco por un cuerdo, no cambiaría caballos por autos, tierra por cemento, asado por caviar.
Si me preguntás lo que más recuerdo, no son los primeros tiempos, no son los más difíciles, los duros, los sacados, los encarcelados momentos ni la vorágine de tu ritmo, lo que más recuerdo es ese tranquilo y tímido señor en el que te transformaste al final.
Sonriendo a mi llegada, devorando alfajorcitos, en silencio, apoyada en tu gran hombro… Y tu mirada.
Tu risa.

Tengo en este momento incontables invisibles parados a cada lado de donde estoy, como en un desfile, me miran, en silencio.
Recuerdo las primeras veces que nos vimos en la avenida Rivadavia, donde solías estar. Cuando cruzaba esas puertas de hierro, dejándote adentro, cientos de invisibles se agolpaban por el primer lugar, y uno a uno me iban clavando puñales, en todo el cuerpo, y en las seis cuadras que me separaban de primera junta, me veían morir, semana tras semana, mes tras mes…
Más de once años han pasado de esas primeras muertes. En once años han venido a torturarme y matarme cada vez que han querido, usándote como excusa y razón, cada vez… Sin poder yo hacer nada, sin defensa, sin revés.
Hoy se paran en silencio.
Visten de blanco, miran el suelo.
Hoy saben que se acabó.
Ya no pueden lastimarme, ya no pueden desangrarme, no hay motivos, no hay excusas, no hay razón.
Respiro el respeto con el que despiden su misión, acepto, sin palabras, su retirada temprana, y la sorpresa en sus rostros por haberlos sobrevivido. Uno a uno se evaporan, ante mis ojos tristes, que seré yo sin ellos? Quién seré a partir de hoy?
Tus invisibles se están yendo con vos.
Mi talón ha sido sumergido por completo y Aquiles ya no soy.

La gente dice que cuando alguien querido muere, no muere porque se queda en tu corazón, te acompaña siempre, te mira del cielo, te cuida, te guía, que se yo.
Siempre me pareció una boludez, una frase hecha, algo de la biblia, de autoayuda, una negación.
Ahora sé exactamente de lo que hablan. Nadie lo explicó bien, nadie lo puso en palabras, y yo no lo haré tampoco, porque no me importa, porque no hace falta.
Acaricié tu cicatriz, la del dedo, no me gustó, estaba muy fría tu mano y es un frío que no había sentido nunca y que nunca voy a olvidar.
No te besé, perdoname, no te toqué el pelo ni te peiné, no te hice cara de ratita, no te dije traka traka, lelu lelu, biri biri, no te abracé ni lloré como es debido, no me amigué con mis enemigos en tu nombre, no perdoné, no recé en la capilla, no te dejé las flores, no te dije adiós.
Solo te dije tres palabras.
Fue lo único que me salió.
“Estuvo bueno igual”.
Y en esas tres palabras, sé que sabés, que te agradezco toda esta locura y todos estos perros, te agradezco Gesell y el mar, te agradezco caballos sin monturas, te agradezco la falta de prejuicio, y también la falta de juicio.
Fue un buen vuelo, Loquito.
De Dorrego 326, de Chacabuco, de Jujuy, de la Avenida Santa Fé, del km 104, De Rivadavia, de Dolores, de Devoto, de Independencia, de la Avenida 3, de Terrada y Marcos Sastre, de Pueyrredón y Juncal, de todos esos lugares donde pusiste tus corraleras, a todos aquellos lugares, donde yo pose mis pies, te llevo conmigo Loquito, como te dije siempre, portate bien.

Yo debería haber sido puto.

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ESTA ENTRADA ESTÁ EN CONSTRUCCIÓN
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Todos fuimos nuevos.

Se ha agrandado tanto la familia de 320, tenemos de pronto tantos hijos, hermanos, primos que no sabemos bien qué pensar.
Hay un momento en el que, al no haber cursos nuevos, volamos entre nosotros como quién va a comer spaghetti a la casa de la nonna el domingo. No te hace falta ni mirar la tripulación en el portal, porque, sea como sea, va a estar bien. Pero hoy, entrás al portal con miedo, lo abrís sabiendo que va a haber uno o dos nombres que no vas a conocer, y que segurmente, vayas de cuatro, y sin pedirlo, sin haberlo coordinado, solo por la sencilla razón de que el jefe y vos quieren estar juntos y formar la cofradía, mantenerse pegaditos y protegidos del ataque púber de los recién ingresados, con todas sus ganas, sus energías, sus procedimientos frescos e implacables, o su confusión absoluta e interminable. Nos mantenemos guardados en el galley de adelante escapándonos de los tiroteos bananas de los mini Don Johnson de veintipocos, de las galanterías infames e irrespetuosas, de la falta de código, de los chistes zarpados, de la poca vergüenza de que el pasajero esté adelante. Los niños nuevos no pueden mantener la picha dentro del pantalón, las niñas nuevas no entienden que si el compañero está de novio no hay que gateárselo.
Por momentos, es un jardín de infantes. Si, lo acepto, el bitching está viejo y arrugado, el bitching pasó los 30, ya no entiende los códigos de cris morena, es difícil ser bebé, ya no quiero ser bebé. Entonces, nos recluímos en las postas, no vamos a pasear, ni a cenar, no atendemos el teléfono y los dejamos a los nuevos totalmente solos, chateando con sus amigos de buenos aires o llorando en su habitación porque extrañan al novio.
No nos bancamos a los nuevos.
Y pasan los días, las semanas, los meses.
Y un día, en un vuelo, un nuevo te caga a trompadas la cabeza.
Es el nuevo el que te contiene el día que VOS no podés más, es el nuevo el que se acuerda lo que decía el último newsletter, es el nuevo el que te dice ‘sentate a comer que salgo a retirar yo’. Ese nuevo es el que te cuenta que moría por este trabajo desde hacía años, ese nuevo te cuenta que con la plata del sueldo ayuda a la familia, esa nueva te cuenta que detrás de su apareciencia de femme fatale botinera, es una dulce niña con muchos más códigos que gente con 400 hojas de libro de vuelo.
Si, pequeños bitches, los nuevos también son personas. Como los chilenos, que son casi latinos.
Poco a poco, esa camada de casi 150 gacelas enfurecidas, se van adaptando al trabajo. Pierden un poco la exaltación, la excitación, la necesidad de llamar la atención. Se relajan, se dejan de querer seducir a cuanto tipo suba al avión, o quererse acostar con cuanta compañera ande dando vuelta, se dan cuenta de que la secundaria ya pasó, se hacen un té en el vaso de crew y respiran hondo.
Y les damos la bienvenida, y dejamos de mirar el portal para ver con quién nos vamos de posta a Córdoba, y cenamos juntos, y vemos juntos el soñando 2 en nuestra habitación y vamos al cine, y compartimos los chismes… y cerramos el círculo una vez más.
Ya estamos adaptados, ya estamos integrados, vayamos afilando los cuchillos que hay un nuevo curso por entrar…